Ayer fue un día para no olvidar nunca más. De esos días que quedan marcados en la retina, en la mente, en la memoria, en el calendario y hasta quizás en el diario de alguien, aunque lo último no lo creo. En fin. La diferencia entre ser hijo único y tener hermanos no puede ser una diferencia pequeña, sino algo que a la larga, por muchos amigos o primos o familia que se tenga, se nota. En el carácter, en los modales, en todo. Y yo siempre me he sentido hijo único, a pesar que en estricto rigor no lo soy.
Por primera vez escribo algo entre lágrimas. Y es que saber después de 21 años que alguien que comparte la mitad de mi sangre se preocupa por mi. No importa el contexto ni mucho las palabras, sino los hechos y lo que contienen. A mí me transmitió mucha felicidad. Y aunque tampoco soy bueno para llorar, la extrema felicidad es algo que no me puedo contener.
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